Mis amigos:
Rindamos gracias a Nuestro Padre Celestial, guardando buena voluntad para con los hombres, nuestros hermanos. Como otras veces, nos hallamos juntos en el santuario de la oración…
Con todo, nuestra visita no tiene otro objetivo sino colaborar en la renovación íntima que nos es indispensable, a fin de que no estemos malbaratando los recursos de la fe y los favores del tiempo.
Volviendo a vosotros, dirigimos igualmente nuestro mensaje a todos los compañeros que nos escuchan fuera del cuerpo de carne, huérfanos de luz, en busca de su propia transformación con el Divino Maestro, porque solamente en Cristo es posible trazar el verdadero camino de la redención.
Aprendamos a ceder, recogiendo con Jesús la lección de la renuncia, como ciencia divina de la paz. Constantemente nuestra palabra se refiere a la caridad y admitimos que la caridad no sea apenas desembarazarse de valores materiales superfluos de nuestra vida. No obstante, la caridad mayor será siempre la de nuestra propia renuncia, que sepa ceder de sí misma para que la libertad, la alegría, la confianza, el optimismo y la fe en el prójimo no sufran perjuicio de cualquier procedencia. Como ejercicio incesante de auto-perfeccionamiento, es imperioso ceder diariamente de nuestras opiniones, de nuestros puntos de vista, de nuestros prejuicios y de nuestros hábitos, si pretendemos realmente asimilar con Jesús nuestra reforma en el Evangelio.
En ese sentido, toda la Naturaleza es una escuela. Cediendo de sí misma, se convierte la madera bruta en un mueble de elevado costo.
Renunciando a los placeres de la juventud, el hombre y la mujer alcanzan del Señor la gracia del hogar, a favor de los hijos que conducirán su mensaje de amor y confianza en el futuro. Consumiendo sus propias fuerzas, el Sol mantiene la Tierra y nos sustenta la vida con sus rayos.
¡Meditad sobre la realidad ((En este tópico del mensaje, el Dr. Bezerra de Menezes, se dirigía, de modo particular, a los desencarnados presentes), principalmente vosotros que ya os librasteis del envoltorio físico! ¡Cultivemos la renuncia a los haberes y afectos de la retaguardia humana, para que la muerte se nos revele como vida imperecedera, revelándonos nueva luz! Todos los días, vuelve el esplendor solar a la experiencia del hombre, concitándolo a perfeccionarse por dentro, con el olvido de viejos fardos de las impresiones negativas, que tantas veces se nos cristalizan en la mente, esclavizándonos a la ilusión Y porque vivimos desprevenidos, gastando a la ventura las oportunidades de servicio obtenidas en el mundo, en el cuerpo denso, somos secuestrados por la transición de la tumba, como pájaros enjaulados en las rejas de nuestro propio pensamiento. Es necesario olvidar para revivir.
¡Es imprescindible el desapego a todas las posesiones precarias de la estación carnal de lucha, para que el incendio de las pasiones no nos arrastre a las calamidades del espíritu, por las cuales se nos paraliza el anhelo de progreso, en seculares reparaciones!...
No puede haber liberación de la conciencia, hasta que la conciencia no se libera.
¡No puede haber curación para nuestras enfermedades del alma, cuando nuestra alma no se rinde al impositivo de recuperarse a sí misma!...
Sepamos, así, ejercer la dulce caridad de comprender a las personas que nos rodean. No solo entenderlas, sino también ampararlas por el desprendimiento de nuestros deseos, percibiendo que el bien del prójimo, ante todo, es nuestro propio bien.
Recordemos que las Leyes del Señor se manifiestan, con voz muy alta en las trompetas del tiempo, confiriendo a cada cosa su función y a cada espíritu el lugar que le corresponde. De ese modo, no nos adelantemos a los Designios Celestes, mas aprendamos a ceder, con la convicción de que la justicia es siempre la armonía perfecta.
Atentos al culto del sacrificio personal bajo las normas del Cristo, pidamos a Él, el valor de usar el silencio y la bondad, la paciencia y el perdón incondicional, en el trabajo regenerador de nosotros mismos, toda vez que no podemos dispensar la energía y la firmeza para adaptarnos a semejantes virtudes que, en tantas ocasiones, repuntan con entusiasmo de nuestra boca, cuando nuestro corazón se encuentra lejos de ellas. Irradiemos los recursos del amor, a través de cuantos cruzan nuestra senda, para que nuestra actitud se convierta en testimonio del Cristo, distribuyendo con los demás consuelo y esperanza, serenidad y fe.
Imitemos a la semilla humilde, que se deshace en el suelo, aparentemente desamparada, aprendiendo con ella a desintegrar las tramas pesadas y oscuras que nos constriñen la individualidad eterna, a fin de que nuestro espíritu germine en el suelo sagrado de la vida en nuevas expresiones de entendimiento y trabajo. Para eso, no desdeñemos ceder.
Y supliquemos al Eterno Benefactor que nos ayude a plasmar su Doctrina de Luz en nuestras propias vidas, para que nuestra presencia, donde quiera que estemos, sea siempre una fuente de consuelo y esperanza, servicio y benevolencia, exaltando para aquellos que nos rodean el bendito nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
Bibliográfia
Bezerra de Menezes Anuario Espirita 2013
Comunicación recibida psicofónicamente por el médium Francisco Cândido Xavier, en Uberaba, Minas Gerais, Brasil, el 11 de marzo de 1954.